Vélez Blanco, capital del partido de los Vélez
La aparición de los señoríos en el recién conquistado reino de Granada se debía a las deudas y los compromisos acumulados por los Reyes Católicos frente a los nobles que habían contribuido a la incorporación del reino nazarita a la Corona de Castilla y, posteriormente, para compensar a sus partidarios, como en el caso del condestable de Navarra, o por trueques forzados, como en los casos de Cádiz y Cartagena.
El marquesado de los Vélez (Mapa elaborado por F. Andújar Castillo)
En el año 1516, el 65,3 % de la superficie de la diócesis de Almería eran ya territorios de señorío. El marquesado de los Vélez era uno de los señoríos más extensos del reino de Granada y se mantuvo hasta la abolición del régimen feudal por los liberales en 1835. El “Libro Becerro de la Casa y Estados de los Excelentísimos Marqueses de los Vélez”, redactado en 1635 por el gobernador general de los estados el licenciado Bernardino del Castillo, recogía los derechos sobre los términos municipales y sus jurisdicciones, y los cargos que nombraba el marqués: alcaldes mayores (letrados en función de justicia mayor), dos alcaldes ordinarios, regidores, mayordomos de propios del concejo, depositario de los pósitos, escribanos del ayuntamiento, de las rentas y públicos, alguaciles mayor y menor, alcaldes de las aguas, procuradores, sobreguarda mayor de los montes del marquesado, caballeros de sierra (guardas forestales), guardas de la huertas y capitanes de las quintas. El marqués designaba también un administrador de las rentas en cada pueblo y un administrador general. Los propios concejos nombraban a los pregoneros, almotacenes y a los encargados de las tiendas de estancos de vino, aceite y vinagre. Después de la expulsión de los moriscos, los ayuntamientos se componían de un alcalde y regidores de “naturales” y un alcalde y regidores “de nuevos pobladores”, nombrados por el marqués eligiendo entre dos candidatos para cada cargo a propuesta del concejo abierto de la villa.
Estas rentas se componían de las tercias, es decir, del total dos terceras partes las recaudaba el marqués y el tercio restante la iglesia de Almería, aunque el asunto dio lugar a un largo pleito durante todo el siglo XVI. Además, el marqués cobraba los diezmos de pobladores, de nueve partes las dos que se llamaban “de novenos”. También se recaudaban las alcabalas, un impuesto de un diez por ciento, sobre la venta de inmuebles, productos agrícolas y otras mercancías. La concesión de mercedes de tierra para roturar generaba como ingreso adicional la trigésima parte de la cosecha. Otra fuente de ingresos para el marqués era el arrendamiento de los tres molinos, tres batanes, los hornos de pan, los hornos de vidrio y aguafuerte de María. Finalmente, de las multas y penas impuestas por la justicia, la casa marquesal cobraba una parte. Los moriscos estaban obligados a pagar un derecho adicional de paja y leña, intentando los agraviados eludir este gravamen.
El marqués no sólo cobraba el diezmo del ganado de sus vasallos, sino que percibía también derechos de herbaje del ganado de forasteros, una partida también interesante, dado que los rebaños podían alcanzar números entre 800 y 1.500 cabezas. El cobro por cualquier tipo de licencia suponían unos pingües ingresos para el señor territorial, cuya documentación se conserva en parte en el Archivo Ducal de Medina Sidonia, mientras que los archivos municipales de Vélez Blanco y Vélez Rubio perdieron la totalidad de sus fondos correspondientes al Antiguo Régimen.
La rivalidad entre los obispos de Almería y los marqueses de los Vélez en materias de recaudación y poder, especialmente con motivo de la financiación de la construcción de las nuevas iglesias y el reparto de los impuestos, provocaron una serie de larguísimos pleitos entre ambas instituciones que no terminarían hasta la firma de una concordia a principios del siglo XVII.
La escenificación del poder y el dominio del espacio público por parte de los marqueses se plasmaba en un ambicioso programa de construcciones. En Vélez Blanco se erigieron el castillo (1506 – 1515), las dos iglesias, varias casas y la cárcel, la casa de los alcaldes mayores, un horno, un tinte, las tercias (tazmías) y fuentes. En Vélez Rubio destacaban el mesón con tierras anexas y agua en propiedad, el honor del Fatín, una casa principal con otra accesoria, la tazmía con bodega con tinajas para 200 arrobas de vino, la venta del Chirivel, etc. El conde de Lerín había comenzado a construir una casa con su torre en la Alfahuara, bosque “con todo género de caza mayor y menor, y montes de encinares y pinares”, lo cual corroban los datos del Catastro de Ensenada (1752) contabilizando 80.000 pinos y 280.000 encinas en las 3.500 fanegas de esta dehesa. El marqués de los Vélez mandó ampliar la casa, la cual era atendida por un guarda y un montero. Muchos de estos edificios estaban adornadas con el escudo de los marqueses, lo quel contrastaba con la escasez de las armas de otras familias. En María le pertenecían un horno y la tienda del estanco de vino, aceite y jabón.
Dada la escasa concreción jurídica a principios del siglo XVI, para apoderarse de los bienes comunales de montes y baldíos, los primeros dos marqueses utilizaron toda clase de estrategias, desde la concesión de mercedes, pasando por pactos con parte de los vecinos, pleitos, amenazas, encarcelamiento e, incluso, el asesinato, para usurpar derechos de sus vasallos. El catastro de Ensenada permite apreciar la apropiación de estos baldíos: 6.900 fanegas con 4.000 encinas en la Sierra de María, lindando con la fuente del Peral; 2.500 fanegas con 3.000 pinos carrascos en la Fuente del Peral y Maimones; 2.000 fanegas con 1.500 pinos en Cofatría; 1.000 fanegas de pinos en el pago de la Solana; 300 fanegas en la umbría del Gabar con 2000 encinas; 1.730 fanegas en el pago de Río Claro con 2.180 pinos; en Alcadive 400 fanegas pobladas de pinos; 1.490 fanegas con 20.300 pinos en Alcoluche; 1.806 fanegas con 33.000 pinos y 4.200 encinas en Taibena; 1.775 fanegas en Derde; 300 fanegas incultas en el Piar, 280 fanegas pobladas de pinos en las Juntas; 500 fanegas incultas y 160 fanegas de pinos en el pago del Barranco y Pozo de Zarza; 1.040 fanegas con 3.300 pinos y 2.030 encinas en el Charcón; 170 fanegas con 5.000 pinos en Las Almohallas; 130 fanegas con 1.200 pinos en Barrionnuevo, 100 fanegas con 4.400 pinos en el Alcaide; etcétera. Los vecinos e incluso los concejos velezanos tenían que solicitar licencia a la casa marquesal para aprovechar los recursos madereros de los montes, especificando el uso de los mismos. Una vez emitido el correspondiente informe del sobreguarda mayor de los montes, en la licencia expedida por el gobernador se solía indicar las condiciones y el lugar idóneo para ello, tales como"no se han de cortar en la dehesa de la Alfahuara, umbría del Maymon, ni fuente del Peral, ni en quinientos pasos de cualquier agua corriente, estante o remaniente, ni en distancia de mil pasos de cualquier camino Real, ni en majadas, ni en abrevaderos de ganado" (1695).
Desde finales del siglo XVI se intensifica el seguimiento del estado de los montes mediante informes, emitidos por los sobreguardas y alcaldes mayores, los cuales ejercían desde el siglo XVIII la función de Subdelegado de Montes del Partido. Por ellos se sabía el considerable gasto de leña que ocasionaron los hornos de vidrio, de aguafuerte y de pan, carboneras, caleras o simplemente con fines domésticos; las intromisiones ilegales de vecinos o forasteros para venderla en otro lugar; el lento pero continuo desgaste que producían los ganados, para los cuales se cortaban muchas ramas, y las talas y cortes "desordenados" que impedían su reproducción posterior.
Esta situación llevó a los señores territoriales a ejercer un control riguroso de los montes, dictando una normativa específica, las ordenanzas. El 15 de abril de 1541 el marqués de los Vélez, “como por experiencia se ha visto, a causa de la mucha desorden que en los montes, encinares y pinares de esas mis villas ha habido, los dichos montes se han destruido de tal manera que casi no quedan para hacer madera para las casas de los vecinos de los vecinos de esas dichas mis villas, ni para otras cosas necesarias a los labradores y vecinos [...] y porque los dichos montes no se acaben totalmente de destruir y perder y [...] los montes y pinares de las dichas mis villas se conserven y no se destruyan” promulgó para los términos de Vélez Blanco y Vélez Rubio unas ordenanzas determinando lo que se podía cortar de troncos y ramas y en qué manera. Por otro lado, los señores territoriales adehesaban también terreno para sus intereses cinegéticos ordenando estos espacios mediante ordenanzas con severas penas para los infractores de las mismas. En el contexto de la conflictividad generada por la repoblación después de la expulsión de los moriscos se enmarca la promulgación de las Ordenanzas de Vélez Blanco de aguas, huertas, colmenares, mantenimientos, molinos y molineros, de diez de marzo y 26 de abril de 1591, y las Ordenanzas de la Alfahuara. Estas ordenanzas se diferencian de las anteriores a 1570 por ser propuestas por los concejos de las villas y aprobadas por el Consejo de Castilla
Transformaciones sociales y económicas del siglo XVI
Aunque ya se indicó más arriba, conviene recordar que el medio ambiente, la evolución demográfica, el sistema productivo y la organización social y política interactúan y se condicionan mutuamente. Como en el resto de Europa de aquella época, la economía velezana se basaba en dos pilares fundamentales: la agricultura y la ganadería. Referente a la explotación del monte (saltus, en latín) en general, se pueden destacar la ganadería, silvicultura, apicultura y caza.
La toma de posesión de las tierras velezanas por don Pedro Fajardo inició una decidida estrategia para la activación económica de una tierra caracterizada por ser durante 250 años la frontera con el reino de Murcia. El propio marqués escribe en una carta sin fecha sobre el aprovechamiento de las aguas del pago de El Piar que “oy en día esta allí en pie los vestigios de un lugar que se llamaba El Piar y la torresita de la mezquita, porque antiguamente quando Murçia hera de moros avía en la huerta de Veles el Blanco e el Ruvio quinse poblaçiones o alquerías que llaman ellos, y esta era la una de ellas. Estavan puestas en aquellos llanos syn fuerças ningunas, solamente al proposyto de aquellas aguas e de aquellas tierras. Despues de ganado por los cristianos el Reyno de Murçia fue forçado al caerse estas alquerias a los lugares fuertes asy como Veles el Blanco e el Ruvio que por ser fuertes se retraxeron alli”.
Evidentemente, el fomento económico tenía como finalidad el aumento de los ingresos para las arcas marquesales. La plantación de 15.000 tahullas de viña en las vegas de Vélez Blanco y Vélez Rubio durante el primer tercio del siglo XVI era la apuesta por un producto fácilmente transportable y comerciable fuera del contexto comarcal. Las casas de los cristianos viejos, especialmente de los grandes propiaterios, se construían incorporando lagares y bodegas con grandes tinajas. El vino se vendía en tierras almerienses y murcianas, manteniéndose la actividad vitivinícola en la comarca de los Vélez hasta la plaga de la filoxera, a finales del siglo XIX. En menor medida encontramos en las zonas de regadío la plantación de olivar, de otros árboles frutales, legumbres, hortalizas, etcétera.
Una de las características de la agricultura velezana del siglo XVI y principios del siglo XVII es el acelerado avance del cultivo en secano. La roturación de miles de “fanegas de sembradura” aumentaba también las rentas marquesales, tanto por los diezmos habituales, como por la concesión de las mercedes de tierras, generalmente en terrenos alejados de los núcleos de población y cercanos o en las mismas laderas de las sierras. La suposición marquesal era que todas las tierras no cultivadas pertenecían a su señorío por considerar que continuaba con la misma situación jurídica que habían disfrutado “los moros que las habían poseído antes”, aunque, más tarde, los propios moriscos pleitearían ante la Real Chancillería de Granada contra este abuso señorial.
Conceder o no una merced de tierra dependía también de la sumisión del solicitante a la voluntad del señor territorial, como demuestran los acontecimientos de 1567/68, es decir, el pacto de don Luis Fajardo con los moriscos contra los cristianos viejos que pleiteaban con el señor territorial justamente por los abusos señoriales; y, en el contexto de la conflictiva repoblación, a partir de 1601, concediendo mercedes en los pagos de Barrax, la Hoya del Carrascal y el campo de la Alfahuara. Las apostillas del gobernador del marqués son reveladoras en cuanto a esta estrategia política. Una vez concedida una merced de tierras, el sobreguarda mayor estaba presente en las mediciones y amojonamiento de estas tierras. Junto a la finca principal se concedían luego los ‘ensanches’, terrenos colindantes los que, en algunos casos, podían alcanzar el 25 % de la superficie de la labor principal. Los títulos de concesión determinaban que el beneficiario tenía que empezar con la roturación en un año, no podía dejar la merced sin cultivar durante cuatro años, con la condición de que “el monte baxo que en las dichas heredades oviere después de roçado, lo haréis montones dentro dellas, de manera que el fuego no salga a hazer daño a los montes y pinares”; y con la salvedad de que "todas las carrascas de un pie, pinos, sargaleños y sabinas que hubiere las aveis de dexar y no cortar sin expresa licencia mia, so las penas de las ordenanzas" (1609).
La mayoría de las mercedes estaban en monte de lentiscar, atochar o chaparral. Generalmente, la concesión de estas mercedes de tierras de secano, y también en contratos de arrendamiento de otras labores, exigía que el beneficiario acreditara tener fuerza de trabajo anuimal suficiente para poder labrar. El impago de los diezmos conllevaba automáticamente la pérdida de la merced, castigándose también la ocultación de cosechas. La concesión de mercedes de tierras exclusivamente a moriscos entre 1551 y 1567, un total de 3.687,5 fanegas en el marquesado, de ellos 2.924,5 fanegas en los términos de Vélez Blanco y Vélez Rubio, se debía a que el marqués recibía un diezmo mayor de ellos que de los cristianos viejos, prohibiendo incluso la venta de mercedes a estos últimos para impedir una disminución de los ingresos. Esta estrategia de concesión de mercedes de tierra de secano relativa también la tradicional visión del morisco como hortelano en tierras de regadío, tal como demuestra la revisión crítica de éste por varios investigadores en los últimos veinte años. La concesión de mercedes seguía después de la expulsión de los moriscos, alcanzando en algunos casos extensiones muy considerables, como la concedida el 12 de septiembre de 1580 por la marquesa viuda de 300 fanegas de tierra en lo que “dizen el Bancal” para el vicario Juan Bautista de Prado.
Los propietarios de una labor, en general, pagaban al labrador un ducado por cada fanega roturada. Los contratos de compraventa de las fincas indicaban si era tierra abierta y/o por abrir. Muchas labores eran arrendadas por sus propietarios a labradores, generalmente por cuatro años y “al partido del cuarto”, es decir, pagando la cuarta parte de la cosecha. Se hacían entre un 25 y 33 % de barbecho “de dos rejas”, sembrando siempre dos partes de trigo y una parte de centeno y cebada. Las miles de fanegas de excedente de cereal se vendían en Murcia, Lorca y Cartagena.
El otro pilar de la economía, la ganadería, está indisolublemente unido a los montes. El primer marqués de los Vélez incentivaba a los señores de ganado con darles ejidos “de balde” en invierno en las tierras de sus villas, pero obligándoles a tener la paridera en los términos de Vélez Rubio y Vélez Blanco porque “para aquel tiempo, los términos dellas son los mejores en toda la comarca”. El ganado ovino producía centrenares de arrobas de lana, la cual compraban los representantres de los genovéses afincados en Caravaca y Huéscar para tratarla en los importantes lavaderos de Huéscar y exportarla, generalmente por el puerto de Cartagena, para la producción de tejidos. Su sistema de contrato con pago de anticipo era una fuente de ingresos de primera importancia para los señores de ganado comarcales, muchos de ellos de origen de la Baja Navarra francesa y de la zona fronteriza entre Aragón y Guadalajara, los cuales se asentaron especialmente en María. Los señores de ganado apoderaron a sus mayorales para la gestión de los rebaños, teniendo numerosos pastores con el correspondiente hato a su servicio. Muchos pleitos y hasta agresiones físicas se causaron por la entrada de ganado en huertas, viñas y labores de los agricultores, como también por incendios forestales y apropiación indebida de tierras y agua.
Destaca la importancia de la ganadería transhumante, que ya se practicaba en el marco de la mancomunidad de pastos de Castilléjar, Orce, Huéscar-La Puebla y los Vélez, de tradición medieval, a la cual hacen referencia las ordenanzas de Orce (1620), “porque esta villa tiene hermandad con la çiudad de Guescar y Villa de Belez y Castilleja por ser parte comun y no se puede poner coto en los dichos pastos”. Pese a repetidos pleitos intentando para extinguirla, parece que esta mancomunidad llega a ser vigente hasta el final de Antiguo Régimen. Las actividades ganaderas, también referente al ganado de labor (bueyes, mulas), conectaba la comarca con Baza, Cazorla, Yeste y Úbeda, aparte de las tierras murcianas, tal como demuestran los numerosos documentos de compraventa y algunos aspectos de la religiosidad popular. También consta la prestación de servicio de transporte con récuas y carretas.
Aparte del abasto con carne de macho cabrío para las carnicerías de la propia comarca, los ganaderos velezanos vendían sus animales espcialmente a Cartagena. Para proteger al ganado de los numerosos lobos de la zona, el 30 de octubre de 1580 el concejo de Vélez Blanco contrató a Antón de Cervera que pagaría hasta mayo de 1581 por cada lobo matado y por cada camada sacada en los términos de Vélez Blanco y Vélez Rubio 31 reales y por cada zorra dos reales, obligándose a su vez Antón de Cervera que “cada bez que oviere de armar los cepos y parqueças a de dar abiso donde se arman para que se pregone”. En los siguientes veinte años se matarían lobos y camadas por la Fuente de la Puerca, Cerro Gordo, en la Alfahuara, en Graj, Simanque, la solana del Maimón, en el Mancheño y Lajarosa, la rambla de Tello y en Corneros. Volveremos a tener noticias de lobos matados por los vecinos en 1642 en la solana del Maimón y la Alfahuara.
Otro recurso importante era el potencial maderero de los montes. La madera no sólo fue uno de los materiales de construcción más importantes durante siglos, sino que se aprovechaba como fuente de energía para caleras, carboneras, los hornos de vidrio y aguafuerte, alquitrán. Durante más de un siglo, esta actividad forestal estaba estrechamente ligada a la presencia de una comunidad de madereros y aserradores franceses, los cuales obtenían las corrrespondientes licencias marquesales avalados por carpinteros velezanos. Era recurrente la obligación de no cortar madera a menos de mil pasos de agua manente o corriente. Otro cultivo relacionado con el monte era la apicultura, constando numerosos colmenares en toda la comarca.
La transformación de las materias primas, como el cereal, la piel, la uva o la lana, en los molinos hidráulicos, batanes, tenerías, tintes y lagares, no sólo abastecía a los pueblos de la comarca, sino que permitía dar un valor añadido a estos productos y obtener mayores precios.
Un factor económico no deleznable durante los años setenta y ochenta del siglo XVI era la compraventa de esclavos moriscos, resultantes de la Guerra de las Alpujarras. Un esclavo alcanzaba precios equivalentes a una buena casa de aquella época. El mercado de los niños esclavos se intentaba camuflar con la figura de dejarlos en administración de cristianos viejos, supuestamente para enseñarles la doctrina cristiana.
El desarrollo económico favorable de los Vélez hasta 1568 se vio bruscamente frenado por la expulsión de los vecinos moriscos (noviembre de 1570), la repoblación con un número considerablemente menor de cristianos viejos procedentes mayormente de zonas levantinas, la conflictividad entre, por una parte, el marqués y la Corona sobre derechos políticos y ventajas fiscales de los repobladores y, por otra parte, entre los cristianos viejos “originarios” ya asentados antes de 1568 y los recién llegados repobladores. Una serie de malas cosechas, plagas de langosta y los insuficientes recursos financieros de muchos repobladores para resistir esta crisis contribuían a un desplome durante unos veinte años. Alrededor de 1600 comenzaba otra vez un repunte en la coyuntura económica, entrando en un nuevo declive a partir de 1640 por las cargas fiscales ocasionadas por las guerras y la plaga de la peste.
Vélez Blanco en los siglos XVI – XX
(Mapa elaborado por J.J. Valera y D. Roth)
Aunque se ha repetido durante mucho tiempo que los repobladores cristianoviejos no estaban acostumbrados al mantenimiento y uso del regadío de tradición musulmana, lo cierto es que se ha mantenido la cultura del agua velezana, conservando sus infraestructuras. No obstante, los cambios sociales repercutieron en la gestión de los recursos hídricos, permitiendo la acumulación de derechos de agua en manos de la élite local. Recientemente, esta cultura del agua, sus infraestructuras, costumbres y el derecho consuetudinario has sido objeto de máximo interés social y cuentan ya parcialmente con la debida protección por parte de las administraciones públicas.
Una vez terminada la fase de la repoblación, la propiedad inmobiliaria se iba concentrando en las manos de una reducida oligarquía comarcal, la cual no sólo procuraba perpetuar y aumentar sus status social por acumulación de bienes, alianzas matrimoniales, acceso a prebendas eclesiásticas, ocupación de cargos municipales y en la administración marquesal, sino que intentaba salvar buena parte de su patrimonio de la enajenación y partición por herencia gracias a la fórmula de los vínculos y mayorazgos. No sería hasta mediados del siglo XVIII cuando despegara la situación demográfica y económica de la comarca de los Vélez.
Los siglos XVII y XVIII
El siglo XVII estaba caracterizado por una serie de malas cosechas, el azote de la epidemia de la peste entre 1647 y 1650 y la fuerte presión fiscal de la Corona para financiar las continuas guerras, lo cual provocó un levantamiento popular el 7 de marzo de 1650, suprimido por las tropas de la marquesa de los Vélez. Entre 1647 y 1656 la viuda del quinto marqués de los Vélez, Mariana de Toledo y Portugal, la cual se trasladaría más tarde a Madrid para ser aya del rey Carlos II. Su hijo, Fernando Joaquín Fajardo, llegaría a ser presidente del Consejo de Castilla.
Desde mediados del siglo XVIII se produce un espectacular aumento de la población de Vélez Blanco (3.375 habitantes/631 vecinos de pleno derecho en 1752, según el Catastro de Ensenada). De estos vecinos de pleno derecho, es decir, hombres, 400 vivían en el núcleo de Vélez Blanco y el resto de pedanías y cortijadas. El incremento demográfico se plasma desde el punto de vista urbanístico con una importante ampliación del barrio de San Francisco gracias a las mercedes de solares que los marqueses de Villafranca y los Vélez conceden para la construcción de viviendas. El aumento de la población fue también la causa de la ampliación o nueva fundación de ermitas y ayudas de parroquias, como en Alcoluche, el Cercado de Espinardo, Derde, Leria, el Piar, Topares y, en el propio núcleo de Vélez Blanco, las ermitas de San Agustín, Ntra. Sra. de la Concepción y San Lázaro. El gran número de vecinos y la demanda exterior causaron una ampliacvión de cultivos de regadío con sus correspondientes obras hidráulicas y la construcción de unos diez molinos harineros.
Según el Catastro de Ensenada (1752), de un total de 68.000 fanegas de tierra, l3.000 fanegas estaban en cultivo “y las restantes montuosas y peñascales”.De las 13.000 fanegas había 50 de la mejor calidad de hortaliza; 250 fanegas de la primera clase de riego; 400 de segunda y 600 fanegas de tercera clase de riego. De la primera clase de secano había 2.000 fanegas; 4.000 fanegas de segunda clase y 5.150 fanegas de tercera clase de secano. En riego había 250 fanegas de viña y 50 fanegas de olivo. De las 55.000 fanegas de tierra inculta, 1.600 fanegas de encinar y 40.000 fanegas de pinar eran del marqués de los Vélez. Respecto al ganado, los vecinos de Vélez Blanco tenían 8.509 ovejas, 6.918 cabras, 802 cerdos, 21 caballos, 175 mulas, 841 asnos, 380 bueyes y vacas y 483 colmenas.
En noviembre de 1769 el X marqués de Villafranca, Antonio Álvarez de Toledo, visita Vélez Blanco.
El siglo XIX
El siglo XIX comenzó con la ocupación de la comarca de los Vélez por tropas francesas. Con la abolición de los señoríos y la estructura administrativa del Antiguo Régimen, Vélez Blanco pasa del dominio de los duques de Medina Sidonia y marqueses de los Vélez, a depender de la recién creada provincia de Almería. La administración de justicia pasaba de la competencia de los marqueses de los Vélez al ámbito estatal, creándose un partido judicial dependiente de Vélez Rubio.
Otro hecho trascendente fueron las diferentes desamortizaciones de bienes de “manos muertas”, es decir, inmuebles vinculados a instituciones eclesiásticas, familias o concejos con varias finalidades, que se incorporaban de esta manera en el mercado inmobiliario. En el caso de Vélez Blanco, el convento francisco de San Luis Obispo fue adquirido por don Joaquín Casanova López y, posteriormente, vendido a la familia Torrente de Villena. También se extinguieron y las capellanías y obras pías tan importantes en la vida religiosa del Antiguo Régimen. En 1841 se abolieron también los mayorazgos, bienes inmuebles vinculados por las familias poderosas para garantizar perpetuamente ingresos para los hijos mayores de la familia y primer paso para conseguir la anhelada hidalguía. Lo desamortización de los bienes propios de los concejos, con poca incidencia en Vélez Blanco por carecer el concejo de estos bienes, privaba a los vecinos más necesitados de recursos de supervivencia en tiempos difíciles. Finalmente, la ley de Aguas intentaba asestar un golpe definitivo a los aprovechamientos comunales de este importante recurso productivo.
La “fiebe de la plata” por el descubrimiento de este metal en la cercana Sierra Almagrera tuvo también su repercusión en Vélez Blanco: numerosos vecinos constituyeron sociedades mineras para explotar minas en la zona de Cuevas de Almanzora o en la propia comarca de los Vélez, aunque el éxito de todas estas iniciativas fue más bien escaso. Hacia finales de la centuria se centraba el interés en la explotación del hierro. Se conservan todavía minas en las inmediaciones de la pedanía del Piar.
Durante el siglo XIX se extendió la destilación de esencias procedentes de hierbas aromáticas como el espilego, el romero o el tomillo. Otro importante recurso natural fue el esparto que se cosechaba y comercializaba para la fabricación de papel en Inglaterra. Un duro golpe a la economía local sopuso la plaga de la filoxera que acabó prácticamente con más de 370 años de viticultura en Vélez Blanco.
La segunda guerra carlista afectó también a la comaerca de los Vélez debido a las incursiones del comandante Miguel Lozano, en 1873 y 1874. Estos acontecimientos coincidían con la guerra de cuba (1868 – 1878), provocando la leva de quintas y la especulación con alimentos el asalto del ayuntamiento a principios de agosto de 1874.
El crecimiento demográfico de Vélez Blanco incidió también a nivel político. A finales del siglo XIX el médico Dionisio de Motos Serrano sería durante casi cuarrenta años jefe del Partido Liberal, llegando a ser presidente de la Diputación Provincial, cargo que ostentaría también Inocencio Llamas Díaz.
El siglo XIX
El siglo XIX comenzó con la ocupación de la comarca de los Vélez por tropas francesas. Con la abolición de los señoríos y la estructura administrativa del Antiguo Régimen, Vélez Blanco pasa del dominio de los duques de Medina Sidonia y marqueses de los Vélez, a depender de la recién creada provincia de Almería. La administración de justicia pasaba de la competencia de los marqueses de los Vélez al ámbito estatal, creándose un partido judicial dependiente de Vélez Rubio.
Otro hecho trascendente fueron las diferentes desamortizaciones de bienes de “manos muertas”, es decir, inmuebles vinculados a instituciones eclesiásticas, familias o concejos con varias finalidades, que se incorporaban de esta manera en el mercado inmobiliario. En el caso de Vélez Blanco, el convento francisco de San Luis Obispo fue adquirido por don Joaquín Casanova López y, posteriormente, vendido a la familia Torrente de Villena. También se extinguieron y las capellanías y obras pías tan importantes en la vida religiosa del Antiguo Régimen. En 1841 se abolieron también los mayorazgos, bienes inmuebles vinculados por las familias poderosas para garantizar perpetuamente ingresos para los hijos mayores de la familia y primer paso para conseguir la anhelada hidalguía. Lo desamortización de los bienes propios de los concejos, con poca incidencia en Vélez Blanco por carecer el concejo de estos bienes, privaba a los vecinos más necesitados de recursos de supervivencia en tiempos difíciles. Finalmente, la ley de Aguas intentaba asestar un golpe definitivo a los aprovechamientos comunales de este importante recurso productivo.
La “fiebe de la plata” por el descubrimiento de este metal en la cercana Sierra Almagrera tuvo también su repercusión en Vélez Blanco: numerosos vecinos constituyeron sociedades mineras para explotar minas en la zona de Cuevas de Almanzora o en la propia comarca de los Vélez, aunque el éxito de todas estas iniciativas fue más bien escaso. Hacia finales de la centuria se centraba el interés en la explotación del hierro. Se conservan todavía minas en las inmediaciones de la pedanía del Piar.
Durante el siglo XIX se extendió la destilación de esencias procedentes de hierbas aromáticas como el espilego, el romero o el tomillo. Otro importante recurso natural fue el esparto que se cosechaba y comercializaba para la fabricación de papel en Inglaterra. Un duro golpe a la economía local sopuso la plaga de la filoxera que acabó prácticamente con más de 370 años de viticultura en Vélez Blanco.
La segunda guerra carlista afectó también a la comaerca de los Vélez debido a las incursiones del comandante Miguel Lozano, en 1873 y 1874. Estos acontecimientos coincidían con la guerra de cuba (1868 – 1878), provocando la leva de quintas y la especulación con alimentos el asalto del ayuntamiento a principios de agosto de 1874.
El crecimiento demográfico de Vélez Blanco incidió también a nivel político. A finales del siglo XIX el médico Dionisio de Motos Serrano sería durante casi cuarrenta años jefe del Partido Liberal, llegando a ser presidente de la Diputación Provincial, cargo que ostentaría también Inocencio Llamas Díaz.